Así, viviendo
Este no es un parque, es un cementerio. Nunca imaginé pasar parte de un 25 de diciembre, de un cumpleaños u otra fecha especial familiar, en este espacio que alberga la muerte, posiblemente el destino que más he visitado en el 2021.
Mi papá partió luego de una odisea que inició la navidad pasada y acabó al iniciar este año que pronto se va. Sin duda, fueron las peores fiestas de fin de año, el peor tiempo de nuestras vidas, al punto que empaña el recuerdo de tantas celebraciones y tiempos buenos disfrutados juntos.
Como nosotros, miles de familias han pasado estos días intentando no quedarse en la tristeza por el sitio vacío, la voz que ya no se oye, el plato de comida que ya no se sirve, el abrazo que ya no se recibe y la presencia que ya no se siente, al menos, no como estuvo siempre, en vida.
En este tiempo de duelo me he preguntado tantas cosas, por ejemplo, qué sería si cada vivienda o barrio tuviese un área para el entierro y memoria de sus difuntos, accesible y cercano. Curiosamente, durante un reciente viaje conocí que en la cultura Chachapoyas enterraban a sus muertos en sus propias casas para que éstos les protejan, de hecho pude ver los vestigios. Con esto mi pregunta resonó aún más.
Pero volvamos al principio. Cuando vengo a visitar las moradas de mi padre y de mi abuelo materno, observo y contemplo cómo los vivos nos movemos alrededor de los muertos. La variedad de modos alrededor de la muerte, responde a nuestra diversidad de cultos e identidades. Llevo unas cuantas imágenes y apuntes sobre esto pues me tocan especialmente y son una suerte de catarsis.
Recuerdo que una vez, una mujer adulta mayor no encontraba la tumba de su esposo. Consideremos que los sepelios se dieron con muchas restricciones, no todos los familiares cercanos pudieron ir, por aforo o por evitar la exposición de los más vulnerables. Y después de aquel día nadie pudo visitarlos durante meses. Por ello, tocó echarse a buscar lo perdido, tan literal y amplio como eso, entre lápidas diseñadas iguales, con la mirada en el suelo, algo difícil de realizar sin angustiarse al menos un poco. Eso sí, una vez lo encontró, se mantuvo de rodillas y sin cortar el llanto.
Me gusta contemplar a quienes reposan sobre las tumbas, como si se apoyaran a descansar sobre el ser querido que yace bajo tierra. A los que llegan en grupos, se acomodan en círculo y ríen a carcajadas, tienen conversaciones incómodas o toman decisiones importantes. Un poco más allá, a los que oran, cantan y se toman fotos. Y aquí al costado, a quienes brindan y comen junto a la tumba cuya apariencia de cuadrante parece más el marcador de un sitio ocupado, que cuenta entre los presentes.
En mis trayectos observo las tumbas, que si bien son hechas en serie y se distinguen por el nombre del finado, son la base perfecta para la ofrenda o escultura simbólica que puede componerse de flores, velas encendidas, alguna foto o nota y algún vaso con bebida para el difunto. Esta vez encontré chocolate y un trozo de panetón, adornos de papá noel, muñecos de nieve, arbolitos y tarjetas navideñas. Sin duda, la navidad también se vive (nunca mejor dicho) aquí.
Y sí. La muerte es parte de la vida, dicen. Lo creo más por las cada vez más numerosas posibilidades de encontrárnosla sin advertirlo.
Si bien el duelo es un camino personal, somos uno de los países con más muertos en pandemia en el mundo. Pienso si ayudaría a nuestro luto personal que lo reconozcamos en colectivo, o que en los centros de trabajo, escuelas, instituciones o en el barrio propiciemos espacios que den cabida a expresarnos de diversas formas sobre estas pérdidas, tan de golpe, tan recientes.
Nuestros antecedentes históricos indican que no somos buenos reconociendo las olas de muerte que han azotado nuestro país y, menos, cerrando con dignidad y justicia estos procesos.
Y, sin embargo, seguimos adelante con el trabajo, los estudios y demás ocupaciones. Aprendemos a abrazar la tristeza como parte de nuestra humanidad. Podemos incluso llegar a sentir a nuestros seres queridos de otras maneras y más allá de lo físico. También reímos. Porque es mejor honrar a quienes murieron, así, viviendo.