Lo que dura un padre nuestro
En el preciso instante en que todos se disponen a rezar el padre nuestro, algunas frases me resuenan demás y me distraen de lo colectivo, entonces me adentro a hablarle a mi padre…
Papá… Eso de decir padre nuestro, es también una forma de dirigirse al padre que cada quien tiene?... Si así es, muy en el cielo y santificados no creo que estén, sino con una presencia (aún en la ausencia) pesada o ligera que tiene lugar en el cotidiano de la vida.
¿Realmente estás en un reino?... A veces creo que es una forma de consuelo. En qué punto horrible de la historia habremos estado, para sentir que pedir tu recuperación podía pesar y agotar tu aliento en la lucha por volver a casa, al punto de tener que cambiarlo por un simple “que no padezca más”… aunque eso incluyera la posibilidad de muerte. Disculpa si llevo al límite mis preguntas o ideas. Solo sé que ver a tu familia junta ya te contentaba, ese era tu verdadero reino.
Y sí pues, tu voluntad a veces parecía un rayo que quería partir a todos, pero luego aprendimos que todas las voluntades importan. Así que, lo de hágase tu voluntad pasó y tendría que ser una consigna para unir y hacer del logro de uno, el de todos, no crees?... En ello sí que hemos movido tierra, cielo y lo que sea, juntos, y lo seguimos intentando pá.
¿El pan de cada día es comida o plata o las dos cosas? La comida te la podías comer tú solo y eso si no me equivoco es gula, pecador, jeje. En plata sí que llegamos a verlas difíciles ¿Recuerdas esa vez que dos policías corruptos te extorsionaron para no llevarte no sé a dónde por deber a un banco? Al final, el único billete que tenía nos salvó. Tenías 40 y yo 20, creo. Para llorar, aunque ahora me ría.
Acumulé pequeñas y grandes rabias que no pude evitar proyectar en varios momentos de mi vida contra ti. Muchas de ellas con legítimo derecho a discrepar, reclamar y exigir cosas que, con el tiempo, aprendimos a darnos lidiando menos. Y otras que seguro hubiésemos podido evitar. Perdona mis ofensas, como también perdoné las tuyas. Estamos en paz, papá.
Y con todo, suelo caer en la tentación de sentirme culpable, cada vez menos, cierto. Me alivia cuando llego a sentir que dimos mucho por ser el padre y la hija que necesitábamos, por llegar a convencernos que podíamos caminar juntos en familia en esta vida.
De las cosas que más te agradezco es que te hagas presente en los cuidados conmigo y nuestra familia. Literalmente nos libras de mucho, vaya que sí! Sobre todo de sucumbir al abatimiento, al pesimismo y el letargo que abruma en el camino de procesar la muerte, la ausencia, las dificultades, todo.
Uy, ya todos se callaron… ¿Ves cómo he aprovechado mientras todos rezan? Siempre bromeabas diciendo que hubieses querido que sea monjita y yo te recordaba que dos años en colegio religioso fueron suficientes para salir corriendo, jajaja! ¿Qué hubiese sido, no? Quizá no tendríamos estas conversaciones deconstructivas, o sí.
Ya siento tu mano en mi hombro, ese calor en el pecho como abrazo, tus respuestas… Y con eso me doy por bendecida.
Que así sea siempre. Gracias papá.